lunes, 11 de marzo de 2013

Saint Seiya: el signo que uno es

Hace poco, un ingenioso sagitario me habló sobre los Caballeros del Zodiaco; sus Caballeros del Zodiaco. He aquí la historia que me contó. 

Era día de Reyes (¿1995, tal vez?), entre galletas con chocolate y algo de ropa bien merecida se ocultaba el regalo principal: la figura del caballero dorado, Aioros de Sagitario. Ese día, desde muy temprano hasta bien entrada la noche, el pequeño intentó jugar con Aioros pero, como si los detalles y el cuidadoso diseño de la armadura paralizaran sus manitas inquietas y, en general, contagiaran sus intenciones con cierto temor por la fragilidad, no pudo más que contemplar la figura con ojitos curiosos y atentos.

Poco tiempo después, al término de las vacaciones, Aioros seguía inmóvil. Ni siquiera lo acompañó en su regreso a la primaria, como lo hubiera hecho cualquier otro juguete; porque esa bella figura de colección no merecía participar en la batalla sin sentido que acontecería a la hora del recreo. Ya vendría su oportunidad de brillar frente a los demás. Pronto, demasiado pronto. Al finalizar ese primer día de clases, con algo de flojera y probablemente aún inmersa en el ánimo de las vacaciones, la maestra les dejó de tarea hacer un dibujo de lo que los reyes magos les habían traído. 

Al llegar a casa, el pequeño sagitario no sabía cómo hacer para dibujar con justicia a Aioros, ese hombre que hacía de su propio signo, de la forma que personificaba la carga y el destino de su fecha de nacimiento. Y fue así como -entre el talento nonato y la ambición- se le presentó un gran descubrimiento: el papel carbón, la primera estrategia del dibujante novato. 

En ese entonces su madre tenía una papelería, de ahí fue que se proveyó de los materiales necesarios para su pequeña empresa. No sin poco asombro fue descubriendo al hermoso Aioros trasplantado con pulso inseguro de la caja en la que venía guardado a una hoja de cuaderno. Estuvo entretenido durante horas. Prueba y error. Manchón de carbón, desencuentro de las líneas, dibujo fallido, otra hoja a la basura… hasta que quedó satisfecho.

A la mañana siguiente, cuando mostró la tarea en clase todos alabaron su talento: “¡te quedó bien bonito!”, “dibujas muy bien” y, finalmente, el inevitable “¿me haces uno?” No podía negarse ante una petición tan halagadora. Varias veces le preguntaron si él había hecho el dibujo solito y sin mayor remordimiento respondió que sí. Porque efectivamente lo había hecho él, con algo de ayuda, haciendo una trampa chiquita, pero sí, todo había salido de sus propias manos (así son los niños -y aún los adultos- es fácil encandilarse con el reconocimiento de nuestras supuestas virtudes). El caso es que, resuelto a cumplir con el importante encargo de sus compañeros, una vez más la papelería de su mamá resultó ser una aliada material increíble. En una hoja blanca volvió a calcar la figura de Aioros de Sagitario y, ¡oh maravilla tecnológica al servicio de un infante!, comenzó a sacar fotocopias del dibujo para todos sus amigos.

No temo exagerar si digo que ese momento en el que reparte el dibujo al llegar a la escuela es un acontecimiento revolucionario. ¡Un  gran éxito! Un bonito triunfo para las acciones de este pequeño que, inmediatamente, cosechó más y más pedidos. Todos querían el dibujo de su propio signo. De pronto, cada niño en ese salón de clases era consciente de su signo zodiacal y la personalidad que le correspondía a éste. De su personaje.

Gracias a un primo, el fin de semana consigue la caja de Aioria de Leo y, al siguiente lunes, son los gatitos vanidosos los primeros en obtener su signo -disfrazado de caballero- para iluminar con amarillo radiante.

Lamentablemente, a pesar de la emoción y la popularidad que le estaba generando su nueva afición, al final no hubo más que hacer. En pocos días, a las afueras de la primaria ya había vendedores ambulantes que ofrecían hojas sueltas con los diferentes caballeros del zodiaco. Hasta Saori Kido estaba entre ellos. Y, más tarde, un golpe cruel le impidió continuar, en la propia papelería familiar aparecerían estos personajes de moda en diferentes posiciones y escenarios como mercancía obligada. 

No puedo saber si es cierto o no, pero quiero pensar que este curioso chiquillo sagitario empezó una de las tantas empresas piratas que surgen en el seno de la moda, en este caso, cuando una generación completita de niños mexicanos compartió el misticismo del antiguo zodiaco, reinterpretado por animadores japoneses y presentado cada semana en horario sabatino por el canal 7. 

Cuántas vueltas dan las historias. Es impresionante.

Por mi parte, apunto que mi experiencia fue un tanto diferente. La violencia roja, toda esa sangre que brotaba de las feroces batallas entre caballeros me dejó una cicatriz mental muy particular. Era la primera vez que veía algo así. Y, cuando Shiryū se queda ciego (¡por mano propia!) para poder vencer a la Medusa, creí entender algo que hasta la fecha me persigue… el héroe se construye en el sacrificio. 

¿A poco no? Los Caballeros del Zodiaco son un clásico, nos pertenecen a todos y a cada uno de manera muy particular, como nuestro propio signo. 



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